Dinámene

Dinámene

Este artículo es el resultado de varios años de meditación y búsqueda. Varias directoras de revistas lo han visto, a todas les gusta, ninguna lo publica. Tal vez sea impublicable

 

«Antes que todas las cosas, en un comienzo, fue el infinito Caos». Así comienza Hesiodo, el gran poeta griego del siglo VIII antes de Cristo, a describir el linaje de los dioses en su Teogonía.

Del Caos surgió Gea, la tierra, la de amplio pecho. Sin concurso de varón («sin mediar el grato comercio»), Gea alumbró a Urano, el cielo, y a Ponto, el profundo mar.

Con ambos hijos tuvo Gea «grato comercio». De Gea y Urano nacieron, entre otros muchos, Océano y Tetis, hermanos que a su vez se casaron entre sí y engendraron a todos los ríos y a tres mil oceánidas, ninfas que se repartieron por el mundo para habitar cada una un lago o una fuente.

En 1893 el geólogo austriaco Eduard Suess bautizó como mar de Tetis al que había separado, unos 200 millones de años atrás, a los continenes de Laurasia (las actuales Norteamérica, Europa y Asia) y Gondwana (del que surgirían Sudamérica, África, la India, Australia y la Antártida). En las soleadas tierras de Grecia hay depósitos sedimentarios que alguna vez estuvieron en el fondo del mar de Tetis.

De Gea y Ponto nació Nereo, el Viejo del Mar, «infalible y benévolo», que casó con Doris, una de las oceánidas. Sus hijas fueron las Nereidas, las ninfas del mar, que moraban en una caverna plateada en las profundades del mar Egeo. Siempre se dice que había cincuenta hermanas, pero los listados de los distintos autores clásicos no coinciden, y en total nos han llegado casi un centenar de nombres. Una de ellas, llamada Tetis como su tía, fue madre de Aquiles.

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Una nereida lleva de las riendas a un hipocampo, no el caballito de mar de la vida real, sino el poderoso caballo de mar de la mitología, el caballo con cola de sirena. Mosaico romano en el museo El Jem de Túnez, fotografía de Effi Schweizer, Wikimedia Commons

 

Otra de las Nereidas fue Dinámene, Δυναμένη , probablemente la personificación de la fuerza de las olas del mar (su nombre está emparentado con la dinámica, el dinamismo y la dinamita).

Cita Homero a Dinámene entre las nereidas que fueron a consolar a su hermana Tetis, que desde el fondo del mar presintió la muerte de su hijo Aquiles ante las puertas de Troya:

 

—Oíd, hermanas nereidas, para que sepáis cuantas penas sufre mi corazón. ¡Ay de mí, desgraciada! ¡Ay de mí, madre infeliz de un valiente! Parí un hijo ilustre, fuerte e insigne entre los héroes, que creció semejante a un árbol; le crié como a una planta en terreno fértil y lo mandé a Ilión en las corvas naves para que combatiera con los teucros, y ya no le recibiré otra vez, porque no volverá a mi casa, a la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del sol está angustiado, y no puedo, aunque a él me acerque, llevarle socorro. Iré a verle y me dirá qué pesar le aflige ahora que no interviene en las batallas.

 

Volvemos a encontrar a nuestra ninfa, siglos más tarde, en la tercera Égloga de Garcilaso.

Garcilaso de la Vega (1501-1536) tenía 18 años cuando en 1519 conoció a Juan Boscán, de 27, que era embajador en Italia. Fue, en sus propias palabras, una amistad perfecta. Juntos viajaron, juntos pelearon, juntos introdujeron en la poesía española el verso endecasílabo, a la manera de Petrarca. Nada publicó en su corta vida Garcilaso, y sus versos se habrían perdido para siempre si Boscán, que le sobrevivió seis años, no hubiera preparado una edición conjunta de sus obras, publicadas postumamente por su viuda en 1543, un monumento a la amistad y a la poesía triunfadoras de la muerte.

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Portada de Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en quatro libros Barcelona, Carles Amorós, 1543. Imagen en la Biblioteca Digital Hispánica

 

Tampoco da Garcilaso muchos detalles sobre nuestra nereida, aparte de informarnos de que ha abandonado el mar Egeo para instalarse en el río Tajo, donde se dedica a bordar escenas mitológicas con hilo de oro:

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De cuatro ninfas que del Tajo amado
salieron juntas a cantar me ofrezco:
Filódoce, Dinámene y Climene,
Nise, que en hermosura par no tiene.

y algo más abajo:

Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que había tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar luego le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido.
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta de oro.

 

Sepulcro de Garcilaso en San Pedro Mártir, Toledo (http://www.garcilaso.org/)

 

 

 

 

 

Si Garcilaso fue el príncipe de los poetas españoles, con más razón lo fue Camões de los portugueses.

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Miniatura pintada en Goa (India) en 1581. Según testimonios de la época, el parecido es muy grande. Wikimedia Commons

 

Soldado y funcionario, viajero y náufrago, feo y tuerto (por heridas de guerra), enamoradizo y pendenciero, varias veces encarcelado y arruinado, Luís de Camões (1524 – 1580) pertenece a ese selecto puñado de autores que han dejado un rastro indeleble en la gramática, la sintaxis y el vocabulario de sus idiomas, transformándolos hasta casi crearlos. Si el español es la lengua de Cervantes, el italiano la de Dante y el inglés la de Shakespeare, el portugués es la lengua de Camões.

Su obra cumbre es Os Lusíadas (los hijos de Luso, los portugueses), un poema épico en diez cantos que combina las gestas históricas de los portugueses con escenas mitológicas. Así, Vasco de Gama y sus marineros encuentran, a su regreso de oriente, la Isla de los Amores, donde visitan el palacio de Tetis y tienen grato comercio con las nereidas. Y es que el amor “es mejor experimentarlo que juzgarlo, mas júzguelo quien no puede experimentarlo”.

Otra hija de Gea y Urano fue Mnemósine, la memoria, que yació con Zeus nueve noches consecutivas, quedó embarazada las nueve veces y dio a luz finalmente a nueve hermanas, las Musas, primas por tanto de las Nereidas. Si Os Lusíadas fueron inspirados por Caliope (musa de la poesía épica) o por Clío (musa de la historia), los numerosos sonetos de amor de Camões no fueron inspirado por una musa, sino por una nereida: Dinámene, que según parece había descendido por el Tajo hasta Lisboa.

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Caliope, por Simon Vouet (1540 – 1649) Wikimedia Commons

Muchos sonetos le dedicó Camões, aunque sólo en uno la nombra claramente:

 

Ah, minha Dinamene assi deixaste
Quem não deixara nunca de querer-te?
Ah, Ninfa minha, já não posso ver-te,
Tão asinha esta vida desprezaste!

Como já para sempre te apartaste
De quem tão longe estava de perder-te?
Puderam estas ondas defender-te
Que não visses quem tanto magoaste?

Nem falar-te somente a dura morte
Me deixou, que tão cedo o negro manto
Em teus olhos deitado consentiste!

Ó mar, ó céu, ó minha escura sorte!
Qual pena sentirei, que valha tanto,
Que ainda tenho por pouco o viver triste?

 

¡Ah, Dinámene mía, así dejaste
a quien nunca dejara de quererte?
¡Ah, mi Ninfa, ya no puedo verte,
tan temprano esta vida despreciaste!

¿Cómo ya para siempre te apartaste
de quien tan lejos estaba de perderte?
¿Pudieron estas olas esconderte
que no vieras al que tanto contrariaste?

¡Ni tan sólo me dejó la dura muerte
hablarte, que tan pronto el negro manto
posar sobre tus ojos consentiste!

¡Oh cielo, oh mar, oh mi obscura suerte!
¿Qué pena sentiré, que valga tanto
que aún tengo por poco el vivir triste?

 

Este otro soneto parte el nombre en dos:

 

Quando de minhas mágoas a comprida
Maginação os olhos me adormece,
Em sonhos aquela alma me aparece
Que pera mim foi sonho nesta vida.

Lá núa soidade, onde estendida
A vista pelo campo desfalece,
Corro par’ela; e ela então parece
Que mais de mim se alonga, compelida.

Brado: Não me fujais, sombra benina!
Ela (os olhos em mim cum brando pejo,
Como quem diz que já não pode ser),

Torna a fugir-me; e eu, gritando: Dina…
Antes que diga mene, alardo, e vejo
Que nem um breve engano posso ter.

 

Cuando de mis tristezas la cumplida
maginación los ojos me adormece,
en sueños aquel alma me aparece
que para mí fue sueño en esta vida.

En el desnudo yermo en que extendida
la vista por el campo desfallece,
hacia ella corro; y ella entonces parece
que más de mi se aleja, compelida.

Grito: ¡No huyas de mí, sombra benigna!
Ella mira con algo de vergüenza,
como quien dice que ya no puede ser,

y vuelve a huir; y yo, gritando: Dina…
antes de decir mene acuerdo y veo
que ni un breve engaño puedo haber.

 

En otros sonetos, la alusión a Dinámene es aún más sutil, tanto que a veces uno duda si es arte consumado o pura casualidad. Sonetos aliterativos, en que las sílabas “na”, “me”, “ne” parecen repetirse más de lo estrictamente no, o en que las letras del nombre de la amada se alteran y trasponen. Por ejemplo:

   mas inda to agradeço, e a mim me nego (más aún te lo agradezco, y a mí me niego)

¿Es coincidencia, exageramos al intuir ahí el nombre? El primer verso del soneto parece dar la respuesta:

   Bem sei, Amor, que e certo o que receio;  (Bien sé, Amor que es cierto lo que intuyo)

O en otro soneto:

   Onde fostes buscar esse ouro fino?
   De que escondida mina ou de que veia?

   ¿Dónde fuiste a buscar ese oro fino?
   ¿De qué escondida mina o de qué vena?

¿Está Dinámene escondida en la escondida mina?

 

No se sabe quién fue Dinámene. Si es que fue alguien. Las teorías modernas van desde un  simple recurso poético, un nombre sonoro para referirse a una mujer o a cualquier mujer, hasta el nombre en clave de alguna dama portuguesa concreta. Hay varias candidatas. Una de ellas, Doña Joana, de la familia Meneses (D. Ina Mene).

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Pero la historia clásica, la que fue aceptada por todos durante siglos, afirma que Dinámene era la amante china de Camões, que murió ahogada cuando la nave en que viajaban de Macao a Goa naufragó en el delta del Mekong, frente a Vietnam. Sólo el poeta se salvó, con el manuscrito inacabado de Os Lusíadas. Pasaron meses hasta que otra nave portuguesa le recogió.

¿Sufrió Camões la culpa del superviviente? ¿Le atormentó el resto de su vida el dolor de haber salvado su libro y no a su amada? Parece que en su soneto buscaba la forma de justificarse: las olas la escondieron, ella no le veía, él no pudo decirle ni una palabra… Y no necesita en realidad justificación: se ahogaron decenas de marineros, es casi un milagro que él sobreviviera, seguro que no pudo hacer nada por salvarla. Pero la culpa no entiende de razones. “Y si hubiera…”.

 

En favor de la Dinámene china, una nota de Diogo de Couto, amigo de Camões, en una copia manuscrita de Os Lusíadas; los sonetos que hablan de una muerte en el mar, y sobre todo la arrebatadora belleza de la historia. Si no es cierta, debería serlo. En contra, algunos historiadores actuales, que consideran la nota de Couto una falsificación destinada a apartar las sospechas de la verdadera Dinámene, alguna dama portuguesa cuyo honor había que proteger.

No puedo resistirme a copiar aquí otros dos sonetos. Uno vuelve a demostrar que la amada, si no era china, desde luego murió ahogada:

 

Cara minha inimiga, em cuja mão
Pôs meus contentamentos a ventura,
Faltou-te a ti na terra sepultura,
Porque me falte a mim consolação.

Eternamente as águas lograrão
A tua peregrina fermosura;
Mas, enquanto me a mim a vida dura,
Sempre viva em minha alma te acharão.

E se meus rudos versos podem tanto
Que possam prometer-te longa história
Daquele amor tão puro e verdadeiro,

Celebrada serás sempre em meu canto;
Porque, enquanto no mundo houver memória,
Será a minha escritura o teu letreiro.

 

Mi querida enemiga, en cuya mano
puso mis alegrías la ventura,
te faltó a ti en la tierra sepultura
para que me faltase a mí el consuelo.

Eternamente las aguas guardarán
la tuya peregrina fermosura;
pero, mientras en mí la vida dura,
siempre viva en mi alma te hallarán.

Y si mis rudos versos pueden tanto
que puedan prometerte larga historia
de aquel amor tan puro y verdadero

Celebrada serás siempre en mi canto;
pues mientras en el mundo haya memoria,
será esta mi escritura tu epitafio.

 

Es la vida después de la muerte, la segunda vida del hombre, “la de la fama gloriosa” que decía Jorge Manrique, entre la breve vida terrenal y la tercera, la vida eterna. Vivió Dinámene, como todos viviremos, en la memoria de quienes nos amaron. Viviremos, en realidad, en la memoria de todos los que nos recuerden, incluso de aquellos que nos odien. Pero cabe suponer que sólo en la memoria de quienes nos amaron viviremos felices (¿no sería ése motivo más que suficiente para intentar hacernos dignos de ser amados?).

Y aquí aparece el milagroso poder de la palabra, especialmente de la escrita: alargar nuestra vida. Cuando haya muerto Camões, Dinámene vivirá aún en la memoria de quienes le hayan oído hablar de ella. Y siendo poeta, si sus versos son buenos, su amada vivirá mientras haya memoria en el mundo. Nos puede parecer que esta segunda vida en la memoria no es nada comparada con la “verdadera” vida de la carne. Pero al final es la misma. Vivieron ciertamente Hesiodo, Garcilaso, y Camões; no vivieron jamás, probablemente, Homero, Aquiles ni Dinámene (ni la nereida ni la china), y sin embargo todos ellos están hoy igual de vivos en nuestra memoria, igual de vivos los hijos de la carne que los hijos del espíritu, más vivos unos y otros que millones de sus contemporáneos a los que nadie recuerda, más vivos acaso que muchos que creen estarlo simplemente porque su corazón aún late (pero no ama) y sus pies se arrastran (pero no se aventuran).

Por último, uno de los más hermosos poemas de amor de todos los tiempos. Xosé Manuel Dasilva ha recopilado once traducciones al español a lo largo de cuatro siglos; reproducimos la mejor, la de José María de Cossío (1935)

Dasilva X. M. La poesia de Camões en versión española de José María de Cossío. Cadernos de Tradução200:1:117-144 https://periodicos.ufsc.br/index.php/traducao/article/view/6304

 

Alma minha gentil, que te partiste
Tão cedo desta vida, descontente,
Repousa lá no Céu eternamente
E viva eu cá na terra sempre triste.

Se lá no assento etéreo, onde subiste,
Memória desta vida se consente,
Não te esqueças daquele amor ardente
Que já nos olhos meus tão puro viste.

E se vires que pode merecer-te
Alguma cousa a dor que me ficou
Da mágoa, sem remédio, de perder-te,

Roga a Deus, que teus anos encurtou,
Que tão cedo de cá me leve a ver-te,
Quão cedo de meus olhos te levou.

 

Alma mía gentil que te partiste
de esta vida y dolor tan prestamente;
reposas ya en el cielo eternamente,
y vivo yo en la tierra siempre triste.

Si en el estrado etéreo a que subiste
memoria de esta vida se consiente,
no te olvides de aquel amor ardiente
que en mis ojos, aquí, tan puro viste.

Si algo merezco por la dura suerte
con que el dolor mis hombros abrumó
en la tristeza eterna de perderte,

ruega a Dios, que tus días acortó,
que tan pronto de acá me lleve a verte,
cual pronto de mis ojos te llevó.

En la leyenda, Camões llamó Dinámene a su amada porque había leído a Homero y a Garcilaso, y porque el nombre de la hermosa china se parecía, fonéticamente, al de la Nereida. En alguna versión de la leyenda, Dinámene se llamaba Tian An Men. Puerta de la Paz Celestial.

La puerta de Tiananmen es uno de los accesos a la ciudad prohibida de Pekín, construida en 1420, varias veces incendiada y reconstruida. Ante ella proclamó Mao la República Popular en 1949, y en el lugar se construyó en los años siguientes una plaza, más grande que la Plaza Roja de Moscú, destinada a albergar las multitudinarias manifestaciones de adhesión al régimen comunista.

Ante la estupefacción del régimen, entre abril y junio de 1989 se produjeron en la plaza de Tiananmen protestas contra el gobierno, que en algún momento llegaron a reunir a más de cien mil personas.

Desde occidente se interpretó como una especie de revolución democrática, pero en realidad fue algo mucho más limitado. Gente humilde con humildes peticiones: que disminuya la corrupción, que aumente el presupuesto de educación, libertad de prensa…

El 20 de mayo, el gobierno decretó la ley marcial. Un cuarto de millón de soldados fueron enviados a la capital. El 4 de junio recibieron orden de acabar con las protestas.

El 5 de junio de 1989, en uno de los accesos a la plaza de Tiananmen, un ciudadano se plantó ante una columna de tanques, y con las solas armas de su presencia y su mirada, les obligó a detenerse. El momento fue filmado por un equipo de la BBC, y fotografiado desde diferentes ángulos por seis fotógrafos.

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Foto Jeff Widener, Associated Press

Wikimedia Commons

 

Quienes en aquellos días contemplamos la escena en el telediario nunca podremos olvidar la emoción, el asombro, el respeto. Con su camisa blanca y su pantalón negro, con una bolsa de la compra en cada mano, un hombre solo ante un ejército. La imagen se ha convertido en una de las más conocidas y admiradas de la historia (excepto en China, donde aún está prohibida).

No se conoce el nombre del “hombre del tanque”. Unos dicen que fue fusilado a los pocos días; otros, que todavía vive escondido en algún remoto lugar de china; algunos, que continúa su vida tan tranquilo, sin haber visto jamás las fotos, sin imaginar que su imagen dio la vuelta al mundo. Aún menos sabemos sobre el conductor del tanque; sospecho que tampoco le condecoraron.

Estamos tentados de aplicar alguna frase grandilocuente. Que la fuerza de la razón es mayor que la razón de la fuerza. Que la violencia nada puede ante la resistencia pacífica. Que el bien siempre prevalecerá sobre el mal. Que la firme voluntad de los pueblos siempre triunfará sobre los tiranos. Serían falsas. El manifestante sólo detuvo a los tanques unos minutos, hasta que dos hombres (¿policías? ¿otros manifestantes que querían evitar una desgracia?) le apartaron. El gobierno comunista se mantuvo y aún se mantiene en el poder. La protesta fue aplastada y duramente reprimida (entre 200 y más de 2000 muertos, según las fuentes). Se dice incluso que, en ese mismo día, algunos otros ciudadanos anónimos fueron literalmente aplastados por los tanques.

Podríamos buscar consuelo en la idea de que la fotografía, igual que la palabra escrita, alarga la vida de las personas y la sombra de los hechos. Mientras en el mundo haya memoria, la imagen del ciudadano anónimo que hace frente a un tanque con sus manos desnudas (y del soldado anónimo que detiene el tanque) servirá de ejemplo e inspiración para millones de personas.

Pero sería un pobre consuelo. Muchos otros héroes han plantado antes cara a los tanques, a los fusiles o a las lanzas, al odio o a la injusticia, sólo para ser apartados o aplastados e inmediatamente olvidados. Muchos han amado, sin que nadie haya cantado su amor en hermosos versos. El valor moral de un acto, como la pureza del amor, son intrínsecos. El gesto del anónimo manifestante habría sido igual de hermoso, igual de digno, aunque el tanque no se hubiera detenido, aunque nadie lo hubiera fotografiado, aunque nadie lo recordase.

Quienes hacen lo correcto raramente obtienen por ello el éxito, la gratitud, ni siquiera el recuerdo de las gentes. Debe de haber en el fondo del ser humano un deseo muy grande de hacer el bien, cuando tantos obran rectamente sin testigos, cuando tantos aman tiernamente sin sonetos.

 

Última modificación31 agosto, 2016
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