Lactancia materna

Lactancia materna

Estas páginas, escritas en 1998 (o antes) constituyeron mi primer intento de escribir un libro sobre lactancia materna. Como quedaba un poco corto, lo dejé correr. Ahora (2016) he corregido algunos puntos que quedaban obsoletos y he añadido algunos párrafos.

¿Cuántos días después del parto empieza a salir la leche?

La leche empieza a salir desde el momento mismo del parto. De hecho, durante el embarazo ya es posible sacar un poco de leche.

La leche de los primeros días está especialmente adaptada a las necesidades del recién nacido. Tiene la mitad de lactosa (azúcar) y el doble de proteínas que la leche “normal”. Como es distinta, se le ha dado el nombre de calostro. Pero no se deje engañar por la diferencia de nombre; es leche también, y es lo que su hijo necesita.

En la primera mamada, en la misma sala de partos, ya salen unos centímetros cúbicos de leche. A partir de entonces, en cada mamada sale un poco más, de forma rápidamente progresiva.

¿Cómo que progresiva? ¿No es un aumento brusco, la “subida de la leche”?

En realidad, no. Lo que conocemos como subida de la leche se debe sólo en parte a la cantidad de leche que se produce. Es fácil entender que la madre de un bebé de cuatro meses tiene bastante más leche que la de un bebé de tres días; y sin embargo la de tres días tiene los pechos mucho más hinchados. ¿Cómo se explica esta paradoja? Pues porque la mayor parte de la hinchazón no se debe a la leche, sino que es una inflamación. Cuando empieza la producción de leche, las mamas necesitan materias primas, que llegan por la sangre. Para que llegue mucha sangre, se forman nuevos vasos sanguíneos y capilares. Los glóbulos blancos (leucocitos) de la sangre abandonan los capilares y se quedan a vivir en la glándula mamaria, donde serán los encargados de fabricar las abundantísimas “defensas” (gammaglobulinas) de la leche. Todo este proceso produce una inflamación durante los primeros días, lo mismo que a la persona que no está acostumbrada a andar se le hinchan los pies si hace una gran caminata.

Pasados unos días, esta inflamación desaparece, y los pechos vuelven a la normalidad. Pero eso no significa que se haya ido la leche; todo lo contrario, hay más que antes.

Pues a mí todavía no me ha subido la leche, y ya hace una semana del parto…

Antiguamente, las subidas de la leche eran históricas. Pregúntele a su madre, o a su abuela. “Como piedras se me pusieron”. “Hasta fiebre me dio, de tanta leche como tenía”… Hoy en día, muy pocas madres notan subidas así (¡por suerte!). La mayor parte de las madres notan el pecho más lleno hacia el segundo o cuarto día, pero también hay muchas que no notan nada de nada. “Las mujeres de ahora no tenéis leche”, comenta entonces la abuela. “Claro, como no coméis…” (algunas abuelas parecen haber olvidado el hambre que pasaron cuando la guerra, y les subía la leche igual).

Lo que ocurre no es que tuvieran más leche, sino que en los hospitales las cosas no se hacían bien. Era costumbre que el bebé no se pusiera al pecho hasta las 24 o 48 horas (a veces, sencillamente, hasta que subía la leche), y aún entonces sólo le podían dar tres minutos de cada lado el primer día, cinco minutos el segundo día… El pobre niño no conseguía ni empezar a mamar, y los pechos se quedaban llenitos de leche. Tan llenos que los conductos de la leche reventaban, y la leche se derramaba entre las células del pecho, lo mismo que la sangre se derrama al darnos un golpe y sale un moretón. El organismo reacciona a esta leche fuera de sitio como si fuera un cuerpo extraño (lo mismo que reacciona a la sangre fuera de sitio): la zona se inflama, se hincha, duele, puede incluso haber fiebre. Por darse un golpe sale un buen chichón; por no dejar mamar al bebé venía la famosa “subida de la leche”.

Hoy en día, en los hospitales modernos, el bebé mama nada más nacer, en la misma sala de partos, y permanece día y noche en la habitación de la madre, donde puede mamar todo el rato y todas las veces que quiera, sin tomar biberones, suero glucosado ni chupete. Va tomando la leche a medida que la madre la fabrica, y las subidas de la leche son muy suaves.

¿Para qué sirve el suero glucosado?

El caso es que nadie lo sabe; por eso en muchos hospitales lo están dejando de usar.

Decíamos que el calostro tiene menos azúcar (lactosa) y más proteínas que la leche madura. Sus motivos debe haber. Del mismo modo que a un bebé mayor que no mama se le intenta dar un preparado que imite a la leche materna, a un recién nacido que no mame sería lógico darle un preparado que imitase al calostro. Y, en vez de eso, a alguien le entró la vena de darle todo lo contrario: mucho azúcar (glucosa) y nada de proteínas. La verdad es que es raro.

Mi hija escupe el chupete. ¿No es extraño, con lo que le gusta mamar?

Mi hijo no coge bien el pecho. ¿Cómo puede ser, con lo rápido que se acaba los biberones?

Muchas madres plantean una u otra de estas preguntas, sobre todo en las primeras semanas. ¡Excelente observación! En efecto, el chupete y el biberón tienen una forma muy diferente a la del pecho. El recién nacido que se acostumbra a una de las formas, suele tener problemas con la otra.

En el pecho, hay que apretar con la lengua hacia arriba y hacia atrás, para sacar la leche. En el biberón, la leche sale sola; pero hay que apretar de vez en cuando hacia delante para que deje de salir y te dé tiempo a tragar. Cuando el bebé que se ha acostumbrado al biberón intenta hacer lo mismo con el pecho, empuja con la lengua y, ¡oh sorpresa!, se le sale el pecho de la boca (“me rechaza el pecho”, piensa la pobre madre). Por eso todas las tetinas son más gordas por la punta que por la base, para que no se salgan de la boca.

Claro, como el biberón es más fácil, se vuelve vago y luego no quiere el pecho…

No exactamente. El resultado es el mismo, pero la explicación no es ésa. No es más fácil tomar el biberón que el pecho, porque los músculos de la boca y de la lengua del bebé, y los nervios que controlan a dichos músculos, están especialmente diseñados para mamar del pecho. Tomar un biberón, en cambio, exige el aprendizaje de complicados movimientos artificiales. Se ha comprobado que los prematuros, de alrededor de 1000 gramos de peso, mantienen una temperatura y una frecuencia cardiaca y respiratoria más estables cuando toman el pecho que cuando beben la leche de su madre en un biberón.

¿Le parece más fácil ir en coche que a pie? Yo caminaba perfectamente con un año, pero a los 25 suspendí nueve veces el examen de conducir…

Yo soy muy nerviosa. ¿No le pasaré los nervios a mi hija si le doy el pecho?

Como si alguien pudiera estar tranquila con un bebé en casa. Y con un hermanito de tres años muerto de celos. Y dé gracias si el espabilado de su marido no le ha guardado ropa y platos sucios de tres días para cuando vuelva del hospital…

No, no necesita estar tranquila y relajada para dar el pecho. Millones de madres han dado el pecho durante guerras, catástrofes, inundaciones y epidemias. Ni se corta la leche, ni se estropea.

Se creía en otro tiempo que las cualidades morales de la madre se transmitían a través de la leche. Las familias ricas buscaban una nodriza diligente, honrada, respetable y de buen carácter. Probablemente de ahí viene lo de “pasarle los nervios”.

Por cierto, ¿qué hay de las cualidades morales de la vaca? Las vacas modernas viven estresadas, hacinadas en espacios mínimos, sin hacer ejercicio físico ni apenas ver el sol, y comiendo piensos sintéticos. Si los nervios pasasen a la leche, los biberones echarían chispas.

¿Qué he de comer cuando doy el pecho?

Se dice que la madre ha de estar bien alimentada; pero las madres africanas, que dan el pecho dos o tres años, se preguntan por qué las europeas “no tienen leche”. Se dice que la madre ha de tomar leche, pero las vacas sólo comen hierba (y las leonas sólo comen carne, las delfinas sólo comen pescado, y las osas hormigueras sólo comen hormigas… todas ellas tienen una leche excelente para sus crías).

En realidad, coma lo que coma, su leche será excelente. Claro que es mejor una dieta “sana y equilibrada”; pero eso es mejor para usted, no para la leche. Las madres que dan el biberón también tienen derecho a una dieta sana y equilibrada.

Tampoco necesita beber una cantidad determinada de agua, y mucho menos de leche. Como cualquier ser humano, para saber cuánto ha de comer y cuánto ha de beber, no necesita más guía que su hambre y tu sed.

Lo mismo que su hijo. El también comerá lo necesario si come cuando tiene hambre. Más detalles dentro de un par de páginas.

¿Por qué es tan importante la posición al dar el pecho?

En realidad, sólo hay dos cosas que de verdad son importantes para dar el pecho. La primera, dar el pecho a demanda, todas las veces que su hijo lo pida, todo el tiempo que su hijo necesite, tanto de día como de noche. Su hijo, y no el reloj, es el que sabe cuándo tiene hambre y cuándo no. La segunda, dar el pecho en una posición correcta.

Los bebés no maman chupando (es decir, no hacen el vacío como al tomar un refresco con pajita), sino que exprimen el pecho, poniendo la lengua debajo y apretando hacia arriba y hacia el pezón. Cuando da el pecho (¡o cuando piensa que lo va a dar!), la hormona oxitocina hace que se contraigan las fibras musculares de la glándula mamaria, y probablemente lo nota como una “bajada”, “apoyo” o “golpe de leche”. Parte de la leche llega a gotear; pero, por fortuna, la mayor parte no se pierde tan tontamente, sino que queda retenida cerca del pezón, bajo la areola. Es aquí donde su hijo ha de apretar para mamar. El niño que sólo tiene el pezón en la boca no puede mamar. El bebé que tiene el pecho muy metido en la boca, pero con el pezón casi tocando el labio inferior, tampoco puede mamar, porque no le cabe la lengua debajo del pecho.

Para poder mamar bien, el bebé debe tener la boca muy abierta, estar muy pegado a la madre, y tener una gran porción del pecho metido en la boca, de modo que le labio inferior esté lo más separado posible del pezón.

Cuando el bebé no mama en posición correcta, no logra sacar toda la leche que necesita, así que se está muchísimo rato mamando, y aún se queda con hambre. La naturaleza es sabia, y no le gusta que los niños se mueran de hambre, así que el cuerpo de la madre reacciona produciendo más oxitocina y más leche del principio (pobre en grasas, que sale sola). El bebé en realidad no está mamando, sino esperando que la leche le caiga en la boca. Pero nunca obtiene la leche del final, rica en grasas, porque esa no sale sola, sino con el esfuerzo de mamar.

Al estar tanto rato, y apretando más de lo normal, produce dolor en el pezón y grietas. Al no vaciar bien el pecho, se producen ingurgitación,  obstrucción e incluso mastitis. Al quedarse con hambre, pasa el día lloroso y pide el pecho a cada rato. Si la madre le da siempre que pide, el bebé toma tal cantidad de leche del principio, pobre en grasas, que puede incluso mantener un peso normal, a costa de estar siempre tan lleno que se pasa el día echando bocanadas.

Todos estos problemas (grietas, pechos hinchados y doloridos, bebé siempre hambriento que se pasa el día mamando y vomitando) desaparecen al corregir la posición.

Si la posición es tan importante, ¿por qué no tienen los niños un instinto para mamar siempre en posición correcta?

Ya lo tienen, angelitos. En Suecia se ha comprobado que, cuando se deja al recién nacido encima de su madre durante las primeras dos horas después del parto, sin molestarles para nada, y sin que la madre haya recibido ningún tipo de anestesia, prácticamente todos se ponen a mamar en posición perfecta. Pero si se les separa, aunque sólo sea unos minutos, para lavarlos, muchos hacen la primera toma en posición incorrecta. Los biberones y chupetes también interfieren; su forma es totalmente distinta a la del pezón, y si el bebé si acostumbra a ellos, sobre todo en las primeras semanas, luego le cuesta mamar.

A primera vista, el que la lactancia dependa de una posición tan precisa del bebé al pecho podría parecer un “error de diseño”. ¿Por qué no estaremos hechos de tal manera que toda la leche, y no sólo la del principio, salga sola aunque el bebé esté mal agarrado? Pero, bien pensado, un sistema así no podría funcionar. Es necesario que el bebé sólo pueda mamar mediante un esfuerzo consciente, porque sólo así puede enterarse el cuerpo de la madre de si el bebé tiene mucha o poca hambre. Si la leche saliera sola, la cantidad producida sería fija. No aumentaría a medida que el niño crece, ni disminuiría cuando el bebé tiene dolor de tripa y pierde el apetito. No podría variar de toma a toma; unas veces se quedaría con hambre, y otras la leche le saldría por las orejas. Y las mamás con gemelos no podrían tener leche para los dos (el doble estímulo produce el doble de leche; muchas madres han dado lactancia materna exclusiva a trillizos durante meses).

Se me fue la leche. ¿Y ahora qué hago?

Muchas madres piensan que se les ha ido la leche hacia el tercer mes. En esta época coinciden varios hechos totalmente normales. Primero, el niño que ganaba mucho peso empieza a ganar menos (pues claro, tampoco es cosa de que reviente. Cuanto más gane al principio, menos ganará después). Segundo, los pechos que se hinchaban y goteaban ya no se hinchan ni gotean (menos mal, porque sería una lata estarse tres años con los pechos hinchados y goteando). Tercero, el bebé, que necesitaba 15 minutos o más para mamar, ahora mama en 5 minutos o menos (la veteranía es un grado).

Todo esto es normal, y la madre avisada, que ha leído este libro, sabe que tiene más leche que nunca.

Porque la leche no se va, es imposible. Mientras el niño mame, la leche seguirá saliendo.

¿Cómo que no se va la leche? Pues mi cuñada empezó a dar biberones, y se quedó sin leche en tres semanas

Hombre, claro. Hemos dicho que la leche no se va mientras el niño mame. Si el niño deja de mamar (porque toma biberones, por ejemplo), la leche deja de salir.

Ocurre con frecuencia que un niño está mamando tan feliz, y a alguien se le mete entre ceja y ceja que tiene hambre. Porque duerme poco o porque duerme mucho, porque engorda poco o porque engorda mucho, porque llora poco o porque llora mucho. El caso es que le dan un biberón, a ver qué pasa.

Pongamos que estaba tomando cada día 700 ml de pecho, y de pronto le dan 100 de biberón. Ese día, desprevenido, tomará 800 ml. Claro, le entra una indigestión aguda, y en varias horas no puede decir ni pío. “¿Ves cómo se quedaba con hambre?” dice el sector crítico. “Ha sido darle un biberón y ha dormido cinco horas” (¿dormido? Ha guardado cama, diría yo).

Pero al siguiente día (o a los cuatro días) ya no se deja engañar, y sólo se toma 600 de pecho. ¿Dónde van a parar los 100 que sobran? Si se quedasen en el pecho, en una semana serían 350 a cada lado, como una prótesis más que respetable. Pocos días después, tras adquirir proporciones de mito erótico de los 90, su madre reventaría. Por suerte, no es así, porque la regulación del pecho es inmediata: si sólo mama 600, sólo fabrica 600.

Así que tenemos a la madre con menos leche que antes, y al niño que duerme o llora igual que antes, porque ya se le pasó el empacho del primer día. Pronto recibirá el segundo biberón, y el tercero, y el cuarto… Así es como se va la leche.

Por fortuna, el mecanismo funciona igual de rápido en los dos sentidos. ¿Le da cada día un biberón a su hijo? Tírelo a la basura (el biberón, no el hijo). Hoy y mañana su hijo mamará más a menudo de lo habitual; pasado mañana usted tendrá más leche y su hijo mamará más o menos lo mismo de antes. Si en vez de un biberón son varios, pero no había habido ningún motivo realmente justificado para empezar a dárselos, se pueden quitar gradualmente en unos días (siempre comprobando, por supuesto, que el bebé va engordando).

Cuando los biberones se introdujeron con motivo justificado, cuando de verdad el bebé perdía peso o no ganaba nada, la cosa puede ser más complicada; no basta con suprimir los biberones, también hay que buscar y solucionar la causa inicial del problema.

¿Qué puedo hacer para tener más leche?

¿Y para qué diablos quiere usted tener más leche? ¿La va a vender, o qué?

El pecho produce siempre la cantidad que el niño saca. Si el niño mama más, habrá más leche. Automáticamente. Sin necesidad de hacer nada: ni comer nada especial, ni beber nada, ni tomar hierbas, ni pastillas.

Si su hijo necesita más leche, la pedirá. Si la pide, y usted le da el pecho, la tendrá.

Pero si su hijo no necesita más leche, y usted, con alguno de los métodos que tan a menudo se recomiendan, consiguiera tener más leche, ¿qué haría con la sobrante? Se le irían hinchando los pechos hasta reventar, o bien se vería obligada a pasar el día sacandose leche y tirándola.

Si su hijo está engordando normalmente, por favor, no haga nada para tener más leche.

Si de verdad su hijo engorda poco, además de mamar a demanda en posición correcta, sáquese leche después de las tomas, al menos 6 u 8 veces al día, y se la da al bebé. Hay que ser persistente, cuanto más leche se saque, más leche tendrá, no importa que al principio salgan sólo cinco mililitros. Y hay que empezar a sacarse leche ante la primera dificultad, el pecho responde mucho mejor en las primeras semanas y produce leche fácilmente; al cabo de unos meses es más largo y difícil aumentar la producción.

¿Por qué mi hija sigue mamando por la noche?

Muchos niños siguen mamando por la noche durante meses o años.

Algunos “expertos” pretenderán convencerte de que a partir de cierta edad no le debe dar a su hija el pecho por la noche, porque “no lo necesita”. ¿Qué significa que no lo necesita? ¿Que no se morirá si no le da? Por supuesto que no se va a morir. Pero tampoco se morirá su marido si le tiene los domingos a pan y agua. El que se pueda hacer no significa que sea conveniente hacerlo, y mucho menos que sea obligatorio.

Los niños pequeños necesitan el contacto continuo con la persona que les cuida, preferentemente su madre. Esta necesidad de contacto está presente en muchos mamíferos y aves; según la edad y la especie es necesario un contacto físico o basta con un contacto visual. Esta necesidad es independiente de la alimentación; es decir, el bebé no necesita a su madre para que le dé el pecho, sino que necesita a su madre y además necesita mamar. Aunque haya mamado, sigue necesitando a su madre.

Es una cuestión de supervivencia, de selección natural y de evolución. Un animal que no busca comida cuando tiene hambre se muere, no llega a tener hijos, y sus genes desaparecen. Sólo los animales que comen cuando tienen hambre sobreviven y se reproducen. Del mismo modo, aquellos padres que protegen a sus hijos y aquellos hijos que buscan la protección de sus padres tienen más éxito en la lucha por la vida.

Imagínese a nuestros antepasados en la cueva de Altamira. O unos siglos antes. Cuando no sabían curtir pieles, ni tejer, ni construir casas ni muebles. ¿Cuánto cree que podía sobrevivir un bebé desnudo, en el suelo, antes de morir de frío o de que lo devorasen las ratas? Aquellas madres que dejaban solos a sus hijos, y aquellos hijos que aceptaban quedarse solos sin llorar, se extinguieron hace millones de años. Por supuesto, los tiempos han cambiado. Usted sabe que puede dejar a su hija en una cuna calentita, protegida de las fieras, y que en todo momento podrá oír si pasa algo y volver en seguida. Pero su hija no lo sabe. Ella no sabe lo que es una cuna, ni una casa, ni que mamá está sólo a tres metros de distancia. Cuando su hija nace, es exactamente igual, y tiene los mismos temores y las mismas necesidades, que si hubiera nacido hace miles de años en la cueva de Altamira. No llora ni le llama porque esté malcriada o porque le tome el pelo, sino porque para ella es una cuestión de vida o muerte.

Konrad Lorenz, el gran estudioso de la conducta de los animales, describe este mismo comportamiento en su libro Estoy aquí… ¿Dónde estás tú?:

“Una cría de ganso que ha perdido a sus padres no lo lamenta en silencio, sino que llora con todas sus fuerzas. […] Es absolutamente incapaz de dedicarse a otra actividad. No come, ni bebe, sólo vaga llorando. Si no se logra calmar pronto su llanto, los animales podrán sufrir graves dolencias. […] Para la cría tiene pleno sentido el agotar hasta la última chispa de su energía para reunirse con los perdidos.”

Eso es exactamente lo que hacen la mayoría de los bebés cuando se separan de sus padres: llorar “como si les estuviesen matando”. Durante años, hasta que su propia autonomía les da mayor confianza, los niños necesitan continuamente, día y noche, la presencia y los cuidados de sus padres. Por eso suelen dormir mucho más a gusto en la habitación o en la cama de sus padres que cuando están solos.

Y si se queda con hambre, ¿qué le doy?

Si su hijo toma el biberón y se queda con hambre, ¿qué le da? Más biberón, claro. Pues si se queda con hambre con el pecho, se le da más pecho.

Sólo excepcionalmente hay alguna enfermedad en que, a pesar de todos los esfuerzos, no sale suficiente leche (hipogalactia). Pero eso es muy raro. ¿Verdad que el corazón o el riñón suelen funcionar, verdad que usted no está preocupada por si el mes que viene se paran? Pues el pecho también suele funcionar.

¿Por qué mi hijo no hace caca?

Los niños que toman el pecho suelen hacer caca en cada mamada. Algunos no tanto, pero otros hacen más, entre toma y toma. Son deposiciones pastosas o casi líquidas, normalmente de color amarillo dorado (aunque a veces marrones o verdosas), grumosas, a veces con moco, “explosivas” y ruidosas.

Pero estas deposiciones tan frecuentes suelen durar sólo de dos a cuatro meses. Después, si el niño sigue tomando sólo pecho, suele pasar una temporada en que no hace caca cada día. Casi todos están tres o cuatro días sin hacer caca, y no es raro ver a uno que tardó una semana. El record del mundo está en más de un mes. Pero, cuando por fin hace caca, ésta es blanda, amarilla y grumosa, como en los viejos tiempos. Esto es normal, no es estreñimiento. No hay que hacer nada. Ni darle zumo, ni hierbas, ni ponerle supositorios ni meterle el termómetro ni la ramita de perejil untada en aceite. Nada.

Porque el estreñimiento no se define por la frecuencia de las deposiciones, sino por su consistencia. Un niño que hace unas bolas duras y enormes, que “no pasan por el agujero”, va estreñido, aunque haga dos bolas al día. Pero la caca blanda es normal, aunque sea una por semana.

El estreñimiento de verdad es casi imposible con lactancia materna exclusiva. Algunos niños se estriñen mucho con la leche de vaca, y puede bastar un biberón al día para provocarlo, aunque el resto de las tomas sean de pecho.

Es importante que durante las primeras semanas el bebé haga mucha caca. Si no es así, si ya desde el nacimiento tarda días en hacer caca o la hace dura, consulte al pediatra.

También es frecuente el estreñimiento de verdad más adelante, cuando empiezan a comer otras cosas además del pecho, o al retirar el pañal.

¿A qué edad hay que empezar a darle otras cosas?

Los recién nacidos no necesitan (ni les conviene) nada más que el pecho. Ni agua, ni zumos, ni hierbas, ni infusiones, ni biberones, ni nada.

En tiempos de nuestras bisabuelas, los bebés tomaban pecho y solo pecho prácticamente hasta el año. Y se criaban bastante sanos. Más tarde, cuando se empezaron a poner de moda los biberones, la leche que se daba a los niños era de tan mala calidad que el escorbuto, el raquitismo y la anemia estaban a la orden del día. Para evitarlos, se empezaron a dar cada vez más pronto otros alimentos. Hacia los años 50, los niños de un mes ya tomaban zumos y otras cosas. Lástima que también se los dieron a los niños que tomaban el pecho, y que nunca habían tenido anemia, raquitismo ni escorbuto.

En las últimas décadas, con las mejoras en la fabricación de la leche artificial, las primeras papillas se han ido retrasando, pues se ha visto que no eran necesarias, y más bien podían causar problemas en algunos casos.

Hoy en día, se suele recomendar ofrecer otros alimentos a los niños de pecho a los 6 meses. Pero sólo ofrecer, nunca obligar. Y siempre después de, y no en vez del pecho. Porque la leche materna alimenta mucho más que cualquier papilla.

Algunos bebés no quieren nada más que el pecho hasta los 8 o 10 meses, incluso más. Esto se debe a que no necesitan nada más, pues el pecho ya contiene todos los nutrientes. Hay que seguir ofreciéndoles otros alimentos, pero no preocuparse si no los quieren. Ya comerán cuando lo necesiten. Consulte con su pediatra si es necesario un suplemento de hierro.

¿Por qué es tan difícil pasar de los triturados a la comida normal?

Muchos niños pequeños se niegan a comer otra cosa que triturados, como si fueran incapaces de masticar.

En realidad, no es un problema grave, y se soluciona siempre con el tiempo, sin necesidad de hacer nada. Nigún niño come triturados a los diez años. Con esta seguridad, el mejor tratamiento (como en otros muchos “problemas”) es el “jarabe de tiempo”.

Pero, aunque no sea grave, resulta molesto y preocupa a muchos padres, y es causa de sufrimiento y llanto en no pocas familias. La mejor solución es la prevención: no triturar los alimentos.

El periodo del destete es siempre difícil; y si no se lleva a cabo con tiempo, cariño y respeto, puede resultar traumático para el bebé. Muchos de nuestros hijos, por desgracia, sufren tres destetes sucesivos: a las pocas semanas pasan del pecho al biberón; a los pocos meses del biberón a las papillas; a los pocos años de las papillas a la comida normal. Con frecuencia, cada destete parece más problemático que el anterior; tal vez porque, siendo mayor, el niño tiene más recursos para defender su opinión. Podríamos ahorrar a nuestros hijos el triple trámite instaurando el destete único: pasar de una vez, sin intermediarios, del pecho a la comida.

Hasta los seis meses, pecho y sólo pecho. A partir de los seis meses, empezar a ofrecer otros alimentos; comida normal sin triturar. Al principio comerá muy poco; no importa, porque su principal alimento debe ser la leche. Bastante después del año, el niño empieza a “saltarse” mamadas, hasta que llega un momento en que sólo mama al levantarse, para dormir y cuando se hace pupa…

En ningún momento es necesario recurrir a triturados o a alimentos industriales. Con un  poco de astucia, se puede aprovechar la comida del resto de la familia para el pequeñín. Sólo hay que tener la precaución de cocinar con poca sal. Si teme que a a su hijo no le guste alguna especia, puede añadirla después de retirar su parte.

¿Será sana nuestra comida para el bebé? Si no es sana para un bebé, tampoco es muy sana para los adultos. El truco no es hacer una comida especial, sanísima, para el bebé, mientras los padres se atiborran de azúcar, sal y grasas. A sun hijo no le va a servir de nada comer sano hasta el año o año y medio y luego comer fatal. El truco es comer aceptablemente bien toda la familia, y entonces su hijo puede comer lo mismo desde los seis meses, y seguirá comiendo aceptablemente bien los próximos veinte años.

¿Por qué mi hijo no come?

Desde que nace hasta el año, un bebé puede engordar cinco o siete kilos, incluso más. Después, y durante varios años, puede engordar menos de dos kilos al año. Por eso, muchos niños de un año y medio comen menos que cuando tenían ocho meses. Eso es absolutamente normal.

Por desgracia, muchos padres no lo saben. Y, con aquella lógica que tantas veces nos falla, calculan: “si con un año come tanto, con dos comerá el doble…” Intentan darle el doble a su hijo, pero éste sólo quiere lo mismo o menos.

Alrededor de un año, los niños dejan de comer. Unos antes, a los nueve meses; otros más tarde, hacia el año y medio. La pérdida de apetito suele ser paulatina, pero muchas veces alguna enfermedad sin importancia precipita el proceso, y los padres, al ver que su hijo nunca más vuelve a comer, creen que “no se ha curado del todo”.

Convencidos de que su hijo necesita comer más, los padres intentan obligarle. Pronto descubren que la empresa es imposible. No se puede obligar a comer a un niño, por la sencilla razón de que, si se pudiera, el niño moriría.

¿Cree que exagero? Haga cálculos. Imagine que cada día consiguiera meterle a un niño normal un par de cucharadas más de la cuenta. Casi nada, lo suficiente para engordar diez gramos. Al cabo del año, habría engordado 3.650 gramos de más. A los 10 años, en vez de unos 30 kilos pesaría unos 66. A los 20 años, en vez de 60, pesaría 133… si todavía vivía.

Y piense que la mayoría de las madres no intentan darle a sus hijos un par de cucharadas más, sino un plato entero… Los ingeniosos métodos que inventan algunos padres para intentar que sus hijos coman moverían a risa si no supiéramos el dolor y la desesperación que hay detrás. Unos hacen el avión con la cuchara, otros distraen al niño con la tele, aquéllos establecen una peligrosa carrera entre los hermanos (dicen que Eva siempre le decía a Caín: “¡mira a Abel, cómo come!”), éstos recurren a súplicas, ruegos, amenazas, premios o castigos. Me han contado de un matrimonio, ambos médicos, que al ver que su hijo inapetente cogía porquerías del suelo y se las llevaba a la boca, optaron por fregar bien y tirar por el suelo una tortilla de patatas cortada en trocitos…

El niño tiene que defenderse, y lo hace mediante tres métodos. El primero, cerrar la boca y volver la cabeza; los padres prudentes abandonan en este punto. El segundo, dejar que le vayan metiendo la comida, pero no tragarla. Así van haciendo “la bola”, hasta que les chorrea por encima. Si los padres son lo suficientemente insistentes como para obligarle a tragar, al niño no tiene más remedio que vomitar.

Las consecuencias de este problema son dramáticas para el niño, para sus padres y para la familia. Muchas madres me han dicho que les aterroriza la hora de la comida, que cada comida dura dos horas, que lloran (las madres) de rabia y de dolor. Si esto ocurre a la madre, que está convencida de que actúa por el bien de su hijo, que entiende por qué hace lo que hace, y que tiene en esta vida otras actividades, otras ilusiones y otras relaciones, ¿qué sentirá ese pobre niño, incapaz de entender por qué su madre, la persona más importante de su vida, le trata de esa manera? Su mundo se desmorona.

Varias horas diarias de pelea entre madre e hjio no pueden dejar de tener una influencia sobre el resto del día. No pocas veces he visto problemas de sueño, de conducta, de relación con los compañeros o maestros, desaparecer cuando los padres dejaban de obligar a comer a su hjjo.

Jamás, por nada del mundo, se ha de obligar a un niño a comer. Si el niño no quiere más, no ha de comer más. Esto no significa rendirlo por hambre (“Conque no quieres comer, ¿eh? Pues ahora seré yo quien no te dé hasta que me lo pidas por favor…”); sino, todo lo contrario, respetar su decisión y su libertad (“¿No tienes más hambre, rey? Pues vete a jugar”). Todos los niños del mundo comen, si hay comida, lo que necesitan.

Un niño que no come y además pierde peso, puede estar enfermo y debe ser visto por su pediatra. Tampoco hay que obligarle a comer (le haríamos vomitar fácilmente), sino que hay que diagnosticar y tratar su enfermedad, y entonces comerá. Sí que es posible animar a comer a un niño que ha perdido el apetito por enfermedad: ofrecerle pequeñas cantidades “entre horas”, prepararle sus platos favoritos… pero siempre sin obligar.

¿Es verdad que a partir de los X meses la leche ya no le alimenta?

¡Menuda tontería le han contado! Un producto alimenta según las proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas y minerales que tenga, no según la edad de quien se lo come. La leche materna es el mejor alimento que puede tomar su hijo, a cualquier edad. (Necesitará otras cosas además, pero no en vez de la leche).

¿Hasta qué edad se le puede dar el pecho?

¡Cómo si una madre tuviera que pedir permiso! Puede darle el pecho hasta que usted y su hijo quieran.

Normalmente, lo más difícil de la lactancia son los primeros meses. Es entonces cuando surgen las dudas y los problemas, y cuando muchas madres tienen que abandonar porque nadie las ayuda a superarlos.

Pero luego viene la parte divertida, cuando sueltan el pecho y te sonríen, cuando cogen la costumbre de tocar el otro pezón o meterte el dedito en la boca mientras maman… Muchas madres que pensaban dar seis meses se encuentran de pronto en los nueve, “¿y si le doy un poquito más?”

Es entonces cuando empiezan a recibir las críticas de los envidiosos. Muchas madres dan el pecho en la clandestinidad, por temor a los comentarios negativos de familiares, vecinos e incluso de profesionales de la salud.

Pero cada vez son más las madres en nuestro país que, lo mismo que en Suecia o en Noruega, disfrutan de dar el pecho durante varios años.

Tarde o temprano, todos los niños dejan el pecho. Seguro. En todas las familias se cuenta la historia de aquel tío o abuelo que iba detrás de su madre con el taburete en la mano y le decía “siéntese y deme el pecho”. Muchos de ellos viven todavía, y no parece que la lactancia les haya perjudicado lo más mínimo.

Última modificación10 julio, 2016
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